01 junio 2007

Impresiones desde la ventana de un tren



"Y, en la estación de las dudas,
Muere un tren de cercanías..."

Joaquín Sabina

Ayer me pagaron mi primer cheque en Madrid. Fue mi justo pago por trabajar haciendo encuestas en los trenes de cercanía, labor que me permitió tener un acercamiento profundo a la opinión y aspectos del modo de ser de los madrileños.
El recorrido que me asignaron para las encuestas es la línea C4, la que va hasta Alcalá de Henares y Guadalajara. La misma donde se produjeron los atentados más grandes del 11/M. Pero como Cool McCool, yo “amo el peligro”.
4 horas diarias de enfrentar a pasajeros para hacer 16 encuestas larguísimas –¿quién las diseñó, ¡¡por Dios!!?-, las que, de hacerlas bien tomaban al menos 12 minutos por cada pasajero, siempre que la persona hablara bien el castellano y no divagara por cada pregunta. - ¿Cómo evaluaría de 0 a 9 el servicio de trenes de Cercanías en forma global? - Mmm, está bien, pero, sabe, yo lo que haría es que pondría más frecuencia para acá, y los asientos están un poco duros, a las horas punta vamos apretados como animales, pero claro, al lado de usar el coche, uf! En coche son unos atascos eternos… - ¿Perdón y en nota de 0 a 9? - Ah, sí, está bien, está bien…
Luego de dos semanas entrevistando madrileños, puedo concluir que:
- La mayoría de las personas de más de 45 años, valora el servicio de cercanías porque tienen muy claro como era España hace 30 años donde un servicio de esa cualidad era impensable. - Entre los jóvenes las opiniones son más bien críticas. Divididos entre los que detestan el trato que se les da a ellos, a los inmigrantes y en general cualquier atisbo de discriminación (yo creo que no sólo en Cercanías, pero nosotros les preguntamos), los que se quejan del precio, tanto por su economía personal como por rol que debe tener un medio de transporte público, es decir, una mirada política del tema (en su amplia acepción). Los jóvenes que critican el servicio en todas sus aristas, que son exactamente lo opuesto a los mayores de 45, no vivieron la España franquista y post franquista y sus parámetros de exigencia son mucho más altos.
Los más agradecidos y admirados son los inmigrantes, tanto sudamericanos como europeo orientales –los africanos subsaharianos son más difíciles de encuestar porque hablan poco español, incluso uno que abordé, Maliense, no hablaba ni francés, aunque pudo sur un truco para no tener que hablar (ahora que lo pienso, debí haberlo acosado más, habría sido mi justa venganza de todos los que me insistían e insistían. Hubiera sido bueno: hostigándolo por varios kilómetros, “vamos, contesta, si no te va a costar nada, vamos, que lo hacemos en francés, vamos, c’e bon, c’e bon. Mali, c’èst tre jolly, responde negro conchetumadre, mon amie, j’ame Mali, j’ai un’ amie au Mali, Vamos, respóndeme la encuesta, qué te cuesta, Uh seo, umana seo, Nereyef, hazme la encuesta, l’encuesta è tre jolly… así hasta que se bajara. ¿Por qué no se me ocurrió antes? Volviendo, decía que los sudamericanos están sencillamente maravillados con el sistema de trenes y los rumanos, polacos, ucranianos y rusos (entre los que me tocaron) tienen una serena admiración por los trenes de cercanía. Matizando, algunos peruanos o bolivianos me dieron la impresión que contestaban a todo bien por algún tipo de temor a represalia o a que le pidiera si tenía papeles, a cierta amenaza implícita en que les preguntaran tanto. Pero sin lugar a dudas, son los que tenían mejor voluntad y hablan castellano. También había una cierta “solidaridad latinoamericana” cuando se daban cuenta que soy chileno. Si de estadísticas se trata, claramente que la muestra estaba sesgada hacia los latinoamericanos, también los caribeños “eran muy majos”, los estudiantes universitarios –contestaban como avión, eran las más rápidas y efectivas- y las mujeres jóvenes…no sé si es necesario explicar por qué. Pero entre este grupo era donde se daba la peor evaluación de la sensación de seguridad ante la delincuencia en estaciones y trenes. Nos acercamos al estado de miedo que se va impregnando en nuestras ciudades. Respuestas como “a mi no me ha pasado nada, pero igual le doy una nota baja” eran bastante frecuencia. “Que faltaban guardias” era una respuesta común en distintos grupos sociales y etáreos.
A medida que pasaban los días y luego de conocer a dos de mis colegas y sus modos de hacer las encuestas, mi excesivo celo se fue relajando, en parte porque era casi imposible hacer todas las encuestas en el tiempo que se nos daba. No puedo dar detalles de cómo fue el método empleado, éste es un espacio público y no se sabe nunca si el supervisor podría llegar aquí buceando por Internet.
Fui aprendiendo a evitar a los rubitos, con ojos claros y melancólicos, seguro que son europeos del este; algunos ni ahí con contestar, lo que al final era mejor, pero otros con voluntad de oro pero con muy poco manejo del español, por lo cual pasarle la encuesta se hacía una tarea de titanes…del ring (nunca pensé que me iba a poner discriminador, de los rubios).
Es cierto también que a algunos españoles no les entendía un carajo, sumándole el ruido del tren, tenía que intuir por los ojos la nota que querían poner. Para los números ya era chiste. Nunca pude anotar un teléfono de corrido sin que tuvieran que repetirlo varias veces, entre que los dicen muy rápido y muy cerrado ¿cuánto, dos dos qué…? Pero bien, cuando terminaba de anotarlo, la encuesta había terminado, me despedía muy gentil y agradecido, las chicas que habían estado muy reservadas por fin sonreían y me iba “a por el siguiente”.
Mucha estadística, para conocer lo que se podría saber preguntando a un par y usando el buen criterio.