12 agosto 2009



Este era un trovador genial,
más moderno que medieval
en pleno 1203, llamado Andrés.

A su buen rey así le habló
la cruzada propongo yo
contra un enemigo cien pies
la Estupidez

El rey frunció su ancha nariz
la idea no lo hizo feliz
más le dio por obligación
contestación:
Querido y sabio trovador
en mi reino no hay ningún Señor,
que quiera ir a combatir con una ficción.

Con todo respeto mi rey,
pero ya es más real que un buey,
anda en todas partes feroz
igual que Dios.

Tienes talento en el rimar
trovador, pero basta de hablar
de política y de poder
si tienes ganas de comer
ve a componer

Cuanto ha llorado el trovador
años más tarde el rey traidor
lanzó una cruzada al revés
qué insensatez

A ese error se debe quizás
el que hoy cualquier mandamás
defienda con toda honradez
La Estupidez.

EDUARDO PERALTA.

Hace unos días iba a escribir una entrada sobre la Estupidez asociada intrínsecamente a las instituciones, a su médula, a las necesarias formas de control para que ésta funcione, avance y no reine la entropía. Lo de estar metido dentro de una organización me hace recordar que, tal como la censura tiene asociada la falta de respeto a los derechos, también va asociada a la vulgaridad, al mal gusto, y la organización tiene asociada la falta de confianza, el control y la restricciones como efecto residual o, lo que es peor, como base de su funcionamiento. De los dos modos, es antiestética, al igual que la censura. El control me parece tan feo, tan vulgar. Yo no soy un dechado de autocontrol y autodeterminación, por eso lo que veo más vulgar e indeseable de mí se me espeja y amplifica en la institución. Según Francis Fukuyama, la falta de confianza está a la base del retraso en el desarrollo de las sociedades latinas respecto a las nórdicas y, especialmente a las orientales. Cada uno valorará el concepto de desarrollo y verá si le hace sentido la tesis.

Y la Estupidez campea querámoslo o no, cuando un mandamás (al que no conozco) se pone nervioso porque unos jueces y secretarios de juzgados de paz del interior de una provincia al ponerse en contacto comienzan a quejarse de su abandono, luego se empiezan a plantear reivindicaciones y vías para solucionarlos. El nerviosismo del funcionario lo lleva a decidir “dar de baja” a la gente que ya ha terminado el curso, usando una excusa también estúpida: “Ha sido muy exitoso el curso, se ha inscrito mucha gente, hay que sacar algunos para que entren otros”. También me viene a la memoria unas reflexiones de Marcelino Camacho -célebre luchador sindical español, uno de esos “imprescindibles”- “para la autoridad no existen problemas, sólo cabecillas agitadores”. Casi un exceso mencionar que estamos bajo un régimen democrático, gobernado por socialistas.

¡Ay, Andrés, que hubiera sido del mundo si tu rey te hubiera hecho caso!