13 diciembre 2009

Recuerdos electorales



Hoy es día de elecciones en Chile. No me había casi enterado. Apenas me acordaba que este año eran las elecciones hasta que Mauricio -chileno, brillante candidato a doctor en educación- me lo recordó y comenzó a comentarme el devenir electoral, su curiosa fauna de candidatos, los pronósticos y los resultados de las encuestas, los que suben y los que bajan. Desde aquí, mirando hacia Vallecas, me imagino que hoy “Chile demostrará su comportamiento democrático intachable”, “su apego a la tradición electoral y su vocación cívica”.

Recuerdo que en el ’99 ante la posibilidad que saliera Lavín amenazábamos con autoexiliarnos porque no soportábamos vivir en un país que eligiera al “gallito de pelea” luego transmutado en sumo pontífice del Cambio. Por suerte salió Lagos así no necesitamos emigrar ni sentir la vergüenza de hacer juramentos que no cumplíamos.

Recuerdo que el 2005, justo hace 4 años, el día después de la primera vuelta mandé una carta a La Segunda (periódico vespertino de amplia lectura entre las clases acomodadas… qué eufemístico y políticamente correcto que estoy) que los editores publicaron bajo el título “Me cayó la teja”. El texto escrito con un toque semi momio o DCncantado hablaba de la constatación que Piñera no se diferenciaba del resto de la derecha como quería darse a entender. Y con ella tuve mis 7 minutos de fama: la carta le fue leída al propio empresario-candidato por la periodista Soledad Oneto –que años después animaría el Festival de Viña del Mar- y éste argumentó sobre los puntos que yo comentaba. Quizá haya influido en algún elector que trasnochaba frente al televisor a esa hora. Lo más probable es que no.

Recuerdo que el 5 de octubre de 1988 me levanté muy de madrugada, tenía que ir al centro, a la sede del Comando Metropolitano del NO, frente a la casa central de la Universidad Católica donde pasaría el día, “ese día” haciendo seguimiento de noticias. Salí de mi casa en la rotonda Atena, la ciudad estaba toda a oscuras debido a unas bombas puestas la noche anterior en las torres de alta tensión. Caminé hacia Apoquindo (no estoy seguro, pero por lógica debiera ser), hasta que pasó una micro que me llevó a la Alameda. En el cruce de esas calles todo a oscuras, se respiraba una sensación de inmensa soledad. Un camión de militar cruzó la avenida, iba llena de soldados con miradas y fusiles atentos, parecía una película Costa Gavras.



Recuerdo que para la elección de Aylwin pude votar. Pero antes de hacerlo fui a una escuela en el sector de República que era recinto de votación. Era miembro del equipo de conteo rápido que había organizado la Iglesia para evitar las triquiñuelas de su Augusta majestad y por la mañana debía registrar la constitución de las mesas. Al cierre de las éstas, volví al lugar a hacer la parte más importante del proceso: recoger los resultados de las mesas seleccionadas para luego correr hasta un teléfono y dar las cifras en tiempo real. En ese tiempo no teníamos teléfonos móviles, teníamos que movilizarnos hasta una cabina o donde algún buen vecino que nos lo prestara.

En las elecciones parlamentarias del ’97 yo estaba en la Patagonia en el curso con NOLS. Volví a la civilización uno o dos días después de los votos y quedé en shock al saber los resultados. Ese día también fui a la comisaría de Puerto Natales a justificarme por no votar al estar a más de 300 kms de mi lugar de votación. Pocos días antes me había enterado, mientras acampábamos en un fiordo, que Chile se había clasificado para el Mundial de Francia. Esa fue la primera vez que no voté.
Recuerdo que en las elecciones municipales del 2004 estábamos produciendo el documental “Racconti di una Emigrazione” y ese día grabábamos a uno de nuestros entrevistados. Lo acompañamos a votar, mostrando así su integración en la sociedad chilena y responsabilidad ciudadana. Más tarde nos fuimos a su casa a terminar su entrevista y ésta se alargó. Al salir corrí al recinto de votación y llegué tarde, mi mesa ya había sido cerrada. En la edición final del documental, este señor fue cortado de “la versión del director”, pero no por razones políticas. Esa fue la segunda vez que no voté.

En las primeras municipales, las del ’92, trabajé junto a mi círculo más cercano de amigos en uno de los sistemas de conteo de votos oficiales del gobierno. Ahora no éramos voluntarios ni era un registro paralelo. Contratado por Entel Data, la filial dedicada a la transmisión de datos, creo que el sistema era como un preludio de internet. Yo estaba en una salita de la escuela donde se votaba; tenía un ordenador de sobremesa, los portátiles les faltaban algunos años para ser populares. Recogíamos la información a mano de las mesas y las metíamos en el computador, de alguna manera le dábamos la instrucción para que se fuera por el aire hasta las antenas de Entel. El sistema no funcionó, los mensajes nunca salieron así que el gobierno no se llegó a enterar por esa vía sino por la Compañía de Teléfonos de los avances de la elección. Dicen que a los días después cortaron cabezas, entre ellas las del papá de mi amigo que nos convocó, y que en parte producto de esto que el gobierno autorizó a Telefónica a entrar en la larga distancia.



Un lejano recuerdo es el de la consulta del año 78, nosotros nos íbamos al día siguiente a vivir a Osorno, ciudad del sur cercana a Puerto Montt, donde estuvimos por sólo 9 meses. Mi madre le contaba su paso por las urnas a alguna conocida y a mí se me grabó el relato (probablemente a mi madre no): le explicaba que fue a algún colegio pirulo cercano a nuestra casa, probablemente la Scuola Italiana, que ahí eran muy gentiles, los militares de la puerta y las señoras de la mesa de votación; que había entrado a la cabina a marcar su voto y al volver a la urna las encargadas se volvieron amargas y acusadoras, habían perdido toda la cordialidad y llegaban a ser amenazantes. La razón era que en esa elección el papel era muy delgado y se traslucía el voto. En esa época era muy chico para votar.

Recuerdo que para las elecciones presidenciales y parlamentarias del ’93, la que ganó ampliamente Frei Ruiz Tonto, nos invitaron a mí y a mi novia de esa época a un focus group para valorar la campaña de televisión de un partido político que no supimos sino hasta que le dieron play al VHS. Como en todos los estudios de opinión, sean cuantitativos como cualitativos, hay ciertas “irregularidades en la muestra”, en este caso lo éramos ella y yo, pues no debía haber personas que se conocieran entre los participantes. La propaganda era de la Democracia Cristiana y en ella hablaba Gabriel Valdés y esencialmente lo que decía, para mi gusto y así lo comenté, era que “la gente es tonta”. Curiosamente, esos mismos spots los habíamos visto juntos mi chica y yo unos días antes, lo que posiblemente haría aún más irregular la muestra.

Por más que trato, no encuentro ningún recuerdo concreto del plebiscito del ’80. No quiere decir que no me acuerde de ese evento, de la sensación, de los que se decía –la falta de registros electorales, el clima de miedo y la irregularidad general para realizar una votación de ese tipo-, pero me cuesta encontrar algo personal para ese día. Quizá la imagen que tengo de ese día es el dedo pintado con tinta “indeleble” de los votantes, que mi padre, como muestra de su rebeldía se encargó de limpiar con saliva y un poco de papel higiénico antes de llegar a casa.

Ahora ya oscureció así que no veo Vallecas. Tampoco voy a votar.


Las fotos son gentileza de Nahia.