29 junio 2010

Creer o no chutear.

El Mundial de fútbol.

Chile contra España. Chile contra Brasil. Teníamos la ilusión de ganar. Tuvimos el resultado que fue.

“Querer es poder” nos mintieron de niños. Otra mentira como “los amigos de mis amigos son mis amigos” y otras grandes mentiras cotidianas.

Y nos mintieron porque en realidad no basta con querer. Quizá es requisito necesario pero de ninguna manera suficiente. Pero incluso eso no sea necesario porque muchas veces podemos sin siquiera quererlo.

Lo que de verdad nos hace y nos da el poder no es el querer, es el creer. Puede que por hacerlo más simple, nos decían que bastaba con desearlo y mucho si lo que queríamos era muy grande. Pero la experiencia nos va mostrando que hay muchas cosas que queremos lograr, lo queremos con toda la fuerza del mundo pero no lo logramos ni lo lograremos porque no nos creemos capaces de lograrlo.

Lo siento, es así. Si queremos hacer que pasen cosas que deseamos mucho, si queremos invocar a la divina providencia, modificar la energía sutil que lo une todo o hacer vibrar el universo para que la realidad se transforme, no basta con querer. Hay que creer. Y eso sí es difícil. Requiere de una transformación profunda, es cambiar la estructura de nuestro pensamiento, de nuestras creencias, por tanto, de nuestra fe. Porque hasta los que no profesan, tienen fe. Tienen fe en que no existe nada, ni dios (con minúscula por respeto a ellos), ni eternidad. Y eso es un acto de fe. Pero hay que transformar todos los dogmas sobre lo posible y eso es transformarnos mucho, para algunos demasiado.

Todo Chile quiere ganar a los grandes del fútbol. Pero lo queremos tanto porque creemos que no somos capaces de hacerlo y esperamos “un milagro” en el cual tampoco creemos. Porque esperar un milagro es no creer que algo, al menos por su cauce natural, sucederá. O sea, el que tiene la esperanza en un milagro es el que de verdad no cree. El que “obra milagros” es porque no cree en milagros, es porque sabe, está convencido, que ocurrirá. Luego el resto, desde nuestra incredulidad lo bautizamos milagro.