04 julio 2010

El Roto Chileno, ¿cuánto de chileno, cuánto de roto?

Escuchando radio Concierto online en el trabajo, como un modo de no oír la estridente voz de la mujer con que comparto oficina, me enteré de la visita de la Selección Chilena de Fútbol a La Moneda y el gesto del entrenador Bielsa de ignorar o apenas saludar al presidente Piñera. Los comentarios apuntaban a la reacción en Twitter de la hija del mandatario, Magdalena: “Bielsa es un roto”. ROTO. Roto, ROTO. Creo que es un buen momento para “meterme” con esta sempiterna y tan chilena palabra. De un cierto trozo de la chilenidad.

ROTO. La palabra tiene un origen antiguo, proviene de la época de la colonia española. De hecho, eran los españoles del Perú los que llamaban rotos a los españoles que viajaban al sur porque iban sin uniformes o mal vestidos. De ahí derivó en Chile para referirse a los pobres que vivían en las ciudades. Las clases acomodadas comenzaron a llamar rotos/as a los que poblaban los arrabales, conventillos, transitaban por calles polvorientas o llenas de barro, los que “preferían vivir en esos barrios feos, llenos de mugre”. La Guerra contra la confederación Perú-Boliviana, llevaría al personaje del “roto chileno” al estatus de héroe de la batalla, erigiéndole un monumento (que si lo miramos bien, no viste nada mal). Con el paso del tiempo serviría para que la misma clase alta la usara para llamar así a los que vivían en poblaciones callampas, blocks, mediaguas o tomas. Y por ende, a los que tenían esas costumbres, ese modo de actuar tan “de rotos”.

Debo reconocer que en el ambiente donde he vivido era fácil escucharla, costaba poco que al que cometiera alguna acción descortés en el supermercado, el colegio o del coche del lado se le dijera roto, obviamente a modo de insulto o al menos de calificativo.

Muchas veces he discutido con conocidos, algunos muy cercanos, de por qué, si roto es esencia pobre, la usamos para describir y ofender al prójimo. La mayoría de las veces me ha respondido que no tiene que ver con el dinero sino con la educación, que en realidad es sinónimo de maleducado. Y creo que por un lado es un poco eufemismo y por otro, cuando llamamos al otro “maleducado” también lo hacemos desde nuestros parámetros de educación, de los que han definido cuáles son los buenos modales (probablemente, la hegemónica “aristocracia castellano-vasca”).

También me retrucan que no tiene que ver con la plata porque existe el “roto con plata”, es decir que no es exclusivo de los desposeídos. Y bueno, para mí salta a la vista que no hace más que refrendarlo, el “roto con plata” vendría siendo uno que “aunque tiene plata, se comporta como pobre”.

Con el ingenio propio de los chilenos para hacer uso de las palabras, el roto, que era originalmente un sustantivo, se convirtió en adjetivo calificativo y de ahí en verbo: rotear: “yo te roteo", "tú me roteas”, “él te rotea”, lo que vendría siendo, que te adjudico la condición de roto de acuerdo a tu comportamiento o tu modo de hablar, tu color de piel, tu barrio, tus padres, tu liceo, tu trabajo, tu medio de locomoción, tu música, tu ropa, tu comida, tus zapatillas, tu corbata, tus dientes, tus accesorios, tus vestidos, tu pelo, tu peinado, tu deporte favorito, tu bebida más habitual, tu living, tus adornos de la casa, tu auto, tus calcomanías del auto, tu reproductor mp3, tu discoteque, tu restorán favorito, tu programa de televisión, tu pololo, tu novia, tu marido, tus suegros. Vaya, que tenemos mucho por lo cual rotear.

Como yo creo en el poder de las palabras, creo que si buscamos lograr la imprescindible equidad en Chile (en el año del Bicentenario), construir más escuelas, mejorar las relaciones laborales, aumentar el sueldo mínimo, está bien, pero falta más, es necesario que cambiemos “detalles” como el modo en que nos referimos a los que son distintos a nosotros, independiente del comportamiento o modo de vida que tengan. Por eso, vaya aquí una pequeña ayudita: cuando queramos calificar a alguien poco cortés o que nos ofenda con su comportamiento, nos haga un desaire, nos tire el auto encima, nos insulte, no nos salude al invitarlo a casa, nos meta los codos para llegar antes al mesón de postre, o lo que consideremos un agravio, lo podemos llamar:

vulgar,

rudo,

grosero,

áspero,

tosco,

basto,

ordinario,

burdo,

rudimentario,

chabacano,

palurdo,

patán,

zafio,

desatento,

incivil,

desconsiderado…

pero, por favor, evitemos llamarlo “roto”.