19 noviembre 2007

Consumidores

Hasta ayer los días estaban, si bien fríos, soleados, lo que daba una esperanza de tibieza cotidiana. Pero hoy, cambió. Hace un par de horas se puso a granizar lo que para mí fue totalmente inesperado. No me había percatado que hiciera ese frío, pero claro, dentro de casa todo es distinto, por primera vez vivo con calefacción central, poder moverme tranquilamente de la habitación al salón y de ahí a la cocina sin tener que abrigarme, sin tener que arrastrar una estufa sea de gas, eléctrica o parafina. Todo un lujo.
Donde sí he sentido frío ha sido en Salamanca, ahí el trayecto matinal de la casa de Gregorio hasta la facultad es de un frío profundo, inexorable y penetrante. Dentro de las aulas volvemos al confort del calor regulado. Gregorio es un compañero chileno que a las pocas semanas de clases demostró que “el chileno es solidario” –frase que me imagino en estos días debe estar de moda en Chile- y me invitó a quedarme en su casa la noche de los jueves. Mi presupuesto lo agradece y mi deseo de compañía y conversa sobre la chilenidad, las mujeres pelar a los españoles, también.
El master de la Pontificia de Salamanca es de escritura de ficción para cine y para televisión, por lo que he comenzado a ver con más regularidad series españolas y gringas. La mayoría me han gustado. Pero esta experiencia audiovisual cotidiana se ve interrumpida, como en todas partes, por largas tandas de publicidad, que versan principalmente sobre productos de belleza, telefonía móvil y automóviles. Si alguna vez en nuestra tevé local se respetaba que en cada tanda veíamos una marca por cada producto, es decir, si auspiciaba Jumbo no lo hacía Líder. Creo que ya no es así. Pero acá impresiona, a un comercial de Toyota le sigue Renault, uno de Vodafone, uno de Movistar y otro de Ford. Parece que el deseo de motorizarse y comunicarse es apremiante.
Alvaro, uno de mis compañeros de piso, me cuenta del impresionante apetito de comprar teléfonos móviles de los madrileños, desde hace pocos días trabaja en una tienda de Vodafone y el sábado nos relataba el flujo de personas y los niveles de venta que tienen en el local.
Nos pusimos a elucubrar sobre móviles y automóviles y nuestra conclusión fue que los teléfonos celulares son a los pobres lo que los autos a los ricos. Aclaro, cuando me refiero a ricos y pobres es una distinción arbitraria entre quienes tienen el poder adquisitivo para comprarse un vehículo y los que no pueden acceder a él, pero nada tiene que ver con el resto de sus gastos y formas de vida, sin olvidar que los parámetros de bienestar económico son bien distintos en España que en Chile.
Todo pasa por la sensación de satisfacción y de estatus, uno y otro pueden producir sensaciones similares. Por ejemplo, la necesidad de cambiarlos con frecuencia, los autos cada uno o dos años, los móviles cada su par de meses, unido va el anhelo de tener la última generación y los adelantos más recientes del mercado. En algunas familias a cierta edad se les regala su primer auto, en otras, su primer teléfono portátil. La conversación social sobre unos y otros siempre es comparativa y trasluce un sesgo de competitividad y envidia del tipo “el mío corre a tanto”, “el mío tiene video conferencia con Internet...”. En ambos casos hay los que se los compran sobre dimensionados para sus necesidades: enormes 4x4 que nunca salen del asfalto y blackberries que no envían ningún correo electrónico (pasando por alto que son feos e incómodos).
Y existen los consumidores poco consumidores, inmunes a las tentaciones de publicidad y promociones, que conservan sus cacharros y sus aparatos por mucho tiempo sea por indiferencia u opción política “anti consumo”.

En fin, sé que sonará clasista, muy clasista, pero en buen chileno diríamos que los cuicos hacen ostentación de sus autos y los rotos de sus celulares.

Pd: Gracias por los saludos de cumpleaños.

08 octubre 2007

¿En qué gasolineras suele repostar con más frecuencia?


En una gasolinera de Repsol, en Arturo Soria, en el sector de Ciudad Lineal.

Un auto moderno y bien cuidado se detiene frente al surtidor de gasoil.

Se baja el conductor, viste de corbata y pantalón de traje. Abre la puerta trasera y saca su chaqueta. Se la pone y se abotona. Da la vuelta al coche, descuelga la manguera y llena el estanque. Va a la tienda, paga, vuelve a su vehículo. Abre la puerta trasera, desabotona la chaqueta y se la saca, la deja extendida en el asiento trasero. Cierra la puerta, abre la del conductor, se sube y parte.

"Menudo comportamiento", pienso. No es el único. Como él, hay un cierto perfil de sujetos que repiten esta acción.

Esas son las cosas, entre muchas otras, que puedo observar mientras hago las encuestas. Al final, siete días en una gasolinera da para muchas historias, para muchas reflexiones. Hay una que me sale a partir de algunas de las respuestas más frecuentes: "que ahora no puedo, llevo prisa", "es que estoy apurado", "no tengo tiempo". Uf, cómo nos armamos para ir así por la vida.

Pero sobre todo ¿cómo se puede no tener tiempo? Si el reloj sigue corriendo, o más aún, el sol sale, da todo su giro y se pone para todos por igual. ¿Cómo se nos acaba el tiempo? O es que lo dejamos botado por ahí o lo gastamos, lo perdemos. Quizá nos podamos compartir el tiempo. El que tiene más le podría dar algo al que ya no tiene. Claro que no logro imaginarme cómo se podría hacer -"oiga, le regalo una hora" o "tome, creo que con un amanecer y dos atardeceres va a andar mejor, no se preocupe por devolvermelos, tengo suficientes. Es que llevo un par de meses ahorrando tiempo". No sé es raro.

Igual no me contestaban la encuesta.

12 septiembre 2007

Vorrei un Dolce

El verano transcurría en Madrid y yo sumergido en él como otros estarían sumergidos en las aguas del Mediterráneo o en el Atlántico de las Canarias. Para sacarle buen partido a este tiempo en que no pasa nada –en Santiago se trabaja en febrero comparado con el agosto español- y capear el calor, me apunté a la Biblioteca Nacional, y fui cada tarde a estudiar unos libros sobre cine y filosofía que me recomendó Miguel Castro y otros de narrativa de guión sugeridos por unas promisorias guionistas españolas que conocí en el lanzamiento de un libro en la Feria de Madrid.
En uno de los viajes del bus 37, desde Puente de Vallecas al paseo de Recoletos, justo antes de bajarme, se para una chica rubia con unos grandes lentes oscuros, con la marca D&G grabada con pequeños cristales. Al día siguiente, por esas extrañas probabilidades, la misma chica, ahora con una amiga, se bajan en la misma parada. Ambas llevaban gafas de sol de Dolce y Gabana. Así me acordé de una de las más divertidas situaciones que me ocurrió estando en Dakar, Senegal, que describe muy bien el carácter de los intrépidos senegaleses. Era el último día de mi estadía en África, partimos con Cinzia al Grand Marchè de la ciudad a hacer unas compras, regalos y souvenirs. Este mercado podría recordar a Patronato en vísperas de navidad, pero en negro: muchos negocios y puestos callejeros vendiendo de todo: ropa, enseres de casa, telas –de esas coloridas con que se hacen los trajes las mujeres africanas-, artesanías, discos –piratas en su mayoría-, gasfitería, lo que se nos ocurra. Multitudes que pululan, donde no se distingue quién es cliente, quién vende, quién busca a algún blanco para hacerle de guía, quién sólo pasa horas en la acera conversando con sus conocidos, esta última una práctica muy recurrente en esa zona del planeta.

Almorzamos en un antro que intentaré describir, a sabiendas que no lograré expresar del todo el ambiente y la magia del espacio: de la calle se ve una puerta ancha, metálica que no llama mucho la atención, dentro es un gran patio, que forma especies de galerías entre los pilares del edificio las paredes ennegrecidas no supe si alguna vez estuvieron pintadas. En hileras contra las paredes unos puestos de comida con parrilla de carbón, rodeadas de pequeñas mesas y bancas para los comensales. Detrás de las parrillas, uno o dos “chefs” preparaban la comida. Enfrentados, dejando un estrecho pasillo, otros mesones donde vendían las bebidas. El aire era humo con olor a carne asada, imaginar 17 asados todos juntos en un espacio semicerrado. El menú único de todos los puestos era unas brochetas con carne asada ahí mismo, metidas en un gran pan, con cebolla y salsas de sabores poco definibles para el paladar extranjero. Había dos variedades de brochetas, apanadas y simples. Cada brocheta debe haber costado menos de 20 pesos cada una.
Sentados frente a una de estas parrillas, sintiendo el calor de las brazas a un metro nuestro, con nuestro olfato hiper estimulado y obviamente, siendo los únicos dos blancos del lugar y Cinzia una de las pocas mujeres a la mesa. Pero a diferencia de la calle donde todos se acercan a los blancos a ofrecer productos y servicios, aquí nadie se fijaba ni nos molestaba. Nos dimos un atracón de brochetas de las dos variedades, con o sin cebolla, probando de una y otra salsa, acompañado todo con su par de coca-colas. Quedamos “pochitos” de estómago, y con la ropa empachada de olores.


A la salida, caminando hacia algún puesto que no habíamos definido, a comprar algo que podría ser una polera o un bolso, conversamos entre nosotros de sobre los sabores y sensaciones con que salíamos. Cinzia manifestó su deseo de coronar el banquete con un postre. En italiano la frase sería “mmm, adesso vorrei un dolce”. Inmediatamente respondí,
dada mi costumbre de unir ideas sólo por su sonido (sicopatología común en los esquizofrénicos, hay que decirlo), “un dolce y gabana”. Fome sería la traducción no de las palabras de mi italiana, sino de su cara.
Una manzana o más allá, ahora sabiendo dónde íbamos, se nos acerca un negro con unos jeans para que los compráramos. Como a tantos otros, le dijimos que no nos interesaba, pero él insistía e insistía que nosotros lo habíamos dicho, casi se los habíamos encargado, que él nos los daba baratos, tal como nosotros queríamos y nos mostraba la etiqueta: eran “auténticos pantalones Dolce y Gabana”. No podíamos disimular nuestra sorpresa y la risa, cómo este avezado comerciante estaba tan volcado al cliente que nos traía el producto que deseábamos apenas lo mencionamos. Debería usarlo como ejemplo en los cursos de ventas y atención al cliente. Tratamos de explicarle que sólo era un chiste –imaginar explicando en francés un juego de palabras en italiano a un senegalés-. Hubo que insistir, como era de esperar, se fue indignado, pero después de cuatro semanas ya sabía que no era un enojo real, sólo una estrategia comercial.
Al rato volvió para mostrarnos dónde podíamos comprar unos bolsos y cuadros que sí nos interesaban.

Esas cosas no pasan en Madrid.

01 julio 2007

Yo me bajo en Barcelona Sanz, pero sólo por unos días.









Las encuestas me han llevado a subir nuevamente a los trenes de cercanías, esta vez en Catalunya, Barcelona. Otra vez trenes pa' llá, trenes pa'cá. Pero el escenario era distinto, la línea que me tocó trabajar iba junto al mar. Mi primera sensación fue ¡Mar, cómo extrañaba el mar! y qué bien que se siente la brisa marina y las olitas y la gente pasándoselo bien. Ahora la jornada era más larga, de 8 ó 9 horas cada día, claro que con un laaaargo almuerzo de como 3 horas en que la gente no se sube a los trenes. Eso me dio tiempo para dar una vueltita, sentir la arena tomar algo de sol.

Pero "sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas", el viernes en la mañana (tercer día de cinco), me llamaron de Madrid para decirme que el estudio se había suspendido porque estaba colapsado el sistema de trenes de Catalunya por el descarrilamiento de un tren. ¡Plop!. Pero como en cada problema hay una oportunidad ("y vea el vaso medio lleno"... "piense positivo", "no diga sí cuando quiera decir no"...) tenía 2 días y medio para disfrutar de Barcelona a mi gusto. Así que llamé a mi amiga Raquel, quién gentilmente me había ofrecido su piso para quedarme si lo necesitaba. Me fui para el depto de Raquel y su novio. De ahí, puro pasarlo bien. Pasear por esa ciudad tan joven y novedosa que yo la definiría como un adolescente sobre estimulado, siempre llena de edificios y nuevos sectores, y vanguardia y reflote de edificios y lo último en arquitectura y nuevos... nuevos... nuevos... (Si Barcelona es un adolescente, Madrid es como uno de esos señores que se encuentran en los bares, con su boina calada, puchito en los labios, tomando un tradicional vaso de vino y sus tapas -más información escuchar las canciones de Sabina).Por lo mismo, mis horas siguientes fueron muy estimulantes, incluyendo la celebración de la noche de San Juan donde Barcelona se volcó a la playa a pasar la noche bailando y tomando (era que no!).
Con una resaca memorable y luego de almorzar "sanito" (ensaladas y mucha agua) me despedí de mis generosos anfitriones y volví a Madrid en el tren de alta velocidad. No descarriló, me bajé en Atocha.

01 junio 2007

Impresiones desde la ventana de un tren



"Y, en la estación de las dudas,
Muere un tren de cercanías..."

Joaquín Sabina

Ayer me pagaron mi primer cheque en Madrid. Fue mi justo pago por trabajar haciendo encuestas en los trenes de cercanía, labor que me permitió tener un acercamiento profundo a la opinión y aspectos del modo de ser de los madrileños.
El recorrido que me asignaron para las encuestas es la línea C4, la que va hasta Alcalá de Henares y Guadalajara. La misma donde se produjeron los atentados más grandes del 11/M. Pero como Cool McCool, yo “amo el peligro”.
4 horas diarias de enfrentar a pasajeros para hacer 16 encuestas larguísimas –¿quién las diseñó, ¡¡por Dios!!?-, las que, de hacerlas bien tomaban al menos 12 minutos por cada pasajero, siempre que la persona hablara bien el castellano y no divagara por cada pregunta. - ¿Cómo evaluaría de 0 a 9 el servicio de trenes de Cercanías en forma global? - Mmm, está bien, pero, sabe, yo lo que haría es que pondría más frecuencia para acá, y los asientos están un poco duros, a las horas punta vamos apretados como animales, pero claro, al lado de usar el coche, uf! En coche son unos atascos eternos… - ¿Perdón y en nota de 0 a 9? - Ah, sí, está bien, está bien…
Luego de dos semanas entrevistando madrileños, puedo concluir que:
- La mayoría de las personas de más de 45 años, valora el servicio de cercanías porque tienen muy claro como era España hace 30 años donde un servicio de esa cualidad era impensable. - Entre los jóvenes las opiniones son más bien críticas. Divididos entre los que detestan el trato que se les da a ellos, a los inmigrantes y en general cualquier atisbo de discriminación (yo creo que no sólo en Cercanías, pero nosotros les preguntamos), los que se quejan del precio, tanto por su economía personal como por rol que debe tener un medio de transporte público, es decir, una mirada política del tema (en su amplia acepción). Los jóvenes que critican el servicio en todas sus aristas, que son exactamente lo opuesto a los mayores de 45, no vivieron la España franquista y post franquista y sus parámetros de exigencia son mucho más altos.
Los más agradecidos y admirados son los inmigrantes, tanto sudamericanos como europeo orientales –los africanos subsaharianos son más difíciles de encuestar porque hablan poco español, incluso uno que abordé, Maliense, no hablaba ni francés, aunque pudo sur un truco para no tener que hablar (ahora que lo pienso, debí haberlo acosado más, habría sido mi justa venganza de todos los que me insistían e insistían. Hubiera sido bueno: hostigándolo por varios kilómetros, “vamos, contesta, si no te va a costar nada, vamos, que lo hacemos en francés, vamos, c’e bon, c’e bon. Mali, c’èst tre jolly, responde negro conchetumadre, mon amie, j’ame Mali, j’ai un’ amie au Mali, Vamos, respóndeme la encuesta, qué te cuesta, Uh seo, umana seo, Nereyef, hazme la encuesta, l’encuesta è tre jolly… así hasta que se bajara. ¿Por qué no se me ocurrió antes? Volviendo, decía que los sudamericanos están sencillamente maravillados con el sistema de trenes y los rumanos, polacos, ucranianos y rusos (entre los que me tocaron) tienen una serena admiración por los trenes de cercanía. Matizando, algunos peruanos o bolivianos me dieron la impresión que contestaban a todo bien por algún tipo de temor a represalia o a que le pidiera si tenía papeles, a cierta amenaza implícita en que les preguntaran tanto. Pero sin lugar a dudas, son los que tenían mejor voluntad y hablan castellano. También había una cierta “solidaridad latinoamericana” cuando se daban cuenta que soy chileno. Si de estadísticas se trata, claramente que la muestra estaba sesgada hacia los latinoamericanos, también los caribeños “eran muy majos”, los estudiantes universitarios –contestaban como avión, eran las más rápidas y efectivas- y las mujeres jóvenes…no sé si es necesario explicar por qué. Pero entre este grupo era donde se daba la peor evaluación de la sensación de seguridad ante la delincuencia en estaciones y trenes. Nos acercamos al estado de miedo que se va impregnando en nuestras ciudades. Respuestas como “a mi no me ha pasado nada, pero igual le doy una nota baja” eran bastante frecuencia. “Que faltaban guardias” era una respuesta común en distintos grupos sociales y etáreos.
A medida que pasaban los días y luego de conocer a dos de mis colegas y sus modos de hacer las encuestas, mi excesivo celo se fue relajando, en parte porque era casi imposible hacer todas las encuestas en el tiempo que se nos daba. No puedo dar detalles de cómo fue el método empleado, éste es un espacio público y no se sabe nunca si el supervisor podría llegar aquí buceando por Internet.
Fui aprendiendo a evitar a los rubitos, con ojos claros y melancólicos, seguro que son europeos del este; algunos ni ahí con contestar, lo que al final era mejor, pero otros con voluntad de oro pero con muy poco manejo del español, por lo cual pasarle la encuesta se hacía una tarea de titanes…del ring (nunca pensé que me iba a poner discriminador, de los rubios).
Es cierto también que a algunos españoles no les entendía un carajo, sumándole el ruido del tren, tenía que intuir por los ojos la nota que querían poner. Para los números ya era chiste. Nunca pude anotar un teléfono de corrido sin que tuvieran que repetirlo varias veces, entre que los dicen muy rápido y muy cerrado ¿cuánto, dos dos qué…? Pero bien, cuando terminaba de anotarlo, la encuesta había terminado, me despedía muy gentil y agradecido, las chicas que habían estado muy reservadas por fin sonreían y me iba “a por el siguiente”.
Mucha estadística, para conocer lo que se podría saber preguntando a un par y usando el buen criterio.

21 febrero 2007

Diatribas celestiales






Roma, a pasos del Vaticano, 29 de enero de 2007, 21:00 hrs.

En medio de tantas pinturas vaticanas, presto oído a lo que dicen los retratados, querubines envejecidos, pudorosos y aburridos de su desnudez regordeta. Algunos ejemplos de lo que comentan os los reproduzco a continuación:

Adán quiere comer ensalada de tomates, no más manzanas. Eva quiere una buena sesión de sexo, no más diálogos enredados con serpientes ni un marido que la culpa de sus actos.

Dios quiere pasar a retiro, pero el Espíritu Santo no está dispuesto a sucederlo y no confía en el hijo porque es muy subversivo, capaz que deje el universo volteado… los pobres arriba y los ricos abajo.

San Pedro, por él cuelga las llaves. San Mateo se encargaría gustoso (no más escritura evangélica) pero nadie piensa que “dé el ancho”. Santo Tomás también le gustaría, pero conciente de sí mismo, sabe que como es desconfiado, no entraría al cielo ni el 20% de los que entran hoy.

San Juan es un mozalbete mimado que anda buscando cualquier pecho donde recostar su cabeza, además, teme que se sepa que su evangelio no lo escribió él, en realidad escribió partes, pero lo editó y redactó la mayoría de los textos un discípulo suyo del que nadie se acuerda.

San Esteba todavía se cura los moretones de los peñascazos y se queja amargamente por su martirio permanente, el triste registro de haber sido el primero no le da ningún consuelo.

María guarda silencio.

Magdalena le gusta coleccionar canciones, escritos y pinturas que la retratan. Se ríe de los que la creen meretriz, pero no le molesta que la idea ronde en el aire.

San Pablo revisa diariamente sus cartas, las corrige y vuelve a escribir, pensando que algún día va a hacer una segunda edición. Nadie lo dice, pero todos saben que siente envidia "que el inculto de San Pedro", tenga una basílica más grande que la suya en el corazón de Roma.

Judas goza de una eternidad sin sobresaltos ni preocupaciones en una cómoda villa a las afueras del cielo. Nadie lo molesta con la condición que no abra la boca ni se deje ver por las dependencias celestiales.

Simón el Zelote intentó organizar unas milicias, contactó a alguno de los arcángeles con espada pero lo pararon en seco. Sigue siendo un inconformista y hay quienes creen que estaría complotando.

María guarda todas estas cosas en su corazón.

Así por los siglos de los siglos.

15 febrero 2007

De comparaciones, libros y cine




Una de las cosas que siento como una sutil, casi imperceptible, diferencia entre viajar en Africa y hacerlo diariamente en Madrid no es con la calidad ni comodidad del transporte, que saltan a la vista y son obvias. Tiene que ver con la lectura. En los dos meses que pasé moviéndome por África, sólo una vez vi en un bus a alguien con un libro en la mano. A veces me sentía más raro por andar con un libro que por ser blanco.
Viajando de Bamako (capital de Mali) a Segou, antes de salir de la ciudad el bus se detuvo mucho rato (como casi en todos los recorridos) y hubo un tira y afloja entre unos que querían viajar y los del bus que no los querían dejar subir cosa que hizo que el ambiente se pusiera medio tenso, medio divertido (como suelen ser ese tipo de situaciones en aquellas latitudes). De pronto pasa un tipo por mi lado y jala del libro que tenía en la mano (High Fidelity de Nick Hornby, muy recomendable para treinteañeros solteros), yo lo tenía tomado con firmeza y reaccioné a tiempo para que no lo sacara. No creo que fuera a robarlo ni nada, pero no entendí si era un modo de establecer contacto, de ser simpático o, por el contrario, de mostrar presencia con un pequeño acto de fuerza. Fue un extraño episodio en torno a un libro, un objeto muy raro en esas latitudes.
No recuerdo haber visto que vendieran muchos libros en las calles o que hubieran muchas librerías. Sí estuve en una muy bien surtida en Dakar, pero que claro no era para la gran población.
En Madrid, cada vez que viajo en Metro hay por lo menos dos personas por carro leyendo un libro y, dependiendo la hora, varios más leyendo el diario.
Las principales librerías del centro de Madrid (FNAC, Casa del Libro) tienen varios pisos (varios es, por lo menos más de dos), en los kioskos se venden libros y en el centro hay diversas librerías temáticas. En el mercado del Rastro, los domingos, la cantidad de puestos de venta de libros usados es llamativa.
A propósito de libros y grandes tiendas, FNAC tiene en el tercer piso una sala de lectura, como un living semicircular, con dos gradas y alfombrado, separado del resto de la tienda con un vidrio, dentro se escucha jazz y así no se siente el bullicio de los que compran (o se pasean). Se puede encontrar entre 5 y 20 personas devorando novelas, libros de arte, técnicos, de tecnología o comics, "sin pagar".
El miércoles, que para mí es día de cine, andaba con deseos de ver una película, pero como ando en plan de ahorro, en vez de ir al cine y pagar los €5 ($3500 de los chilenos, el día barato) me fui a FNAC, tomé el guión de VOLVER, la última producción de Pedro Almodóvar (que no había alcanzado a ver), me senté en la salita y leí el film de un tirón. Cuando termíné, a la hora y tres cuartos, me sequé la nariz (porque de verdad me emocioné), dejé el libro y volví a mi casa.
Así tuve mi día de cine.
Esas cosas las permite Madrid.

09 febrero 2007

Paseando por Roma






Siguiendo los pasos de Leonardo, llegamos a Roma, ciudad donde el maestro vivió sus momentos más oscuros. Ignorado, sin trabajo concreto, eclipsado por las figuras emergentes de Rafael y Miguel Angel, espiado y vilipendiado.
Al poco tiempo volvería a Milán, donde conocería al Rey Francisco I de Francia, quién lo invitó a pasar sus últimos años en su corte.

31 enero 2007

Siguiendo la ruta de Leonardo





En el camino nuevamente. Esta vez, vamos persiguiendo a uno de los seres más deslumbrantes, intrigantes, admirados e incomprendidos de la historia Europea.

Hemos hecho el camino al revés, comenzando por el lugar donde están algunas de sus principales obras pictóricas, su lecho de muerte en el castillo de la campiña francesa donde vivió sus últimos años, medio invitado, medio autoexiliado desde su Italia.

Vaya inculto que soy. Vaya todo lo que me he perdido estos años al quedarme apenas con lo que me había dado el colegio, pensando que era sólo un pintor ilustre, desconociendo que ésta es apenas una de las múltiples facetas de su deslumbrante persona y que, probablemente, no fue la que le dio sus mayores satisfacciones.

Pero la vida me da nuevas oportunidades para aprender lo que no atrapé en otras épocas y me regala (¡¡una vez más!!)la ruta completa de su vida, siguiendo su trabajo, sus diseños, sus obras terminadas y las que dejó a medias, que son hartas -¡aún tenemos patria los que nos cuesta dar la puntada final!-. Y lo más interesante, asomarme a su pensamiento, a su ideas disruptivas y rompe esquemas, a su obstinación que lo llevó a fracasos rotundos al rechazo y la mofa.

La suerte de hacer el camino junto a Vittorio, con setenta y tantos años de energía y conocimientos; Alex, como siempre un motor generando ideas, proyectos y soluciones a lo que se presente; Stefania, pequeña, inquieta y cultísima; y este alumno deseoso de beber experiencias y aprendizajes.

Hemos conversado con personajes ilustrícimos (y uno que otro pelmazo arrogante), entrado a la trastienda de algunos de los principales museos de Francia e Italia, recorrido castillos, palacios y Basílicas, visitando sus campanarios y torres más allá de lo que verán los ojos de turisas. Nos hemos sumergidos en los fines del siglo XV y principios del XVI, con sus momentos "más sublimes y más perversos".

Seguimos la huella que nos llevará hasta el corazón de la Región Toscana, Vinci, y desde ahí escribir contar en imágenes de este señor Leonardo.

02 enero 2007

Lo que Salamanca non presta, nadie te lo quita


Baco.


01 de enero 2007. 00:01 hrs. Salamanca. Plaza Mayor.

Campanadas y uvas, champaña y petardos. El escenario es imponente, la plaza Mayor, construída en el siglo XVIII llena de gente con ganas de celebrar. Estoy rodeado de Portugueses. Más de la mitad de las personas que están celebrando "la noche vieja" en Salamanca son portugueses, familias completas, grupos de todas las edades. El ánimo y la alegría aplacan un poco el intenso frío que hace a esa hora y a todas las horas, porque las temperaturas no superan los 10 grados en el día y corre brisa.
Un grupo de ecuatorianos con bandera hace trencito por la plaza, los portugueses responden con cánticos futboleros, los salamantinos apenas responden con una rechifla.
Los más jóvenes se van a locales nocturnos cercanos a la plaza mayor, el Camelot está casi frente al monumento a Unamuno, otros están repartidos cerca de la universidad o a pasos de la catedral nueva (y la vieja porque son contiguas). Estoicamente hacen fila para mostrar su ticket comprado con anticipación. Parece una gran fiesta de graduación o un matrimonio, las chicas lucen vestidos de gala (la mayoría muy cortos) y sofisticados vestidos. Los chicos han sacado ternos nuevos, vistosas corbatas, algunos parecen jóvenes gangsters, mucho zapato blanco y en punta, mucho gel y pelos peinados uno a uno. Mucho look, es año nuevo.

El año nuevo mezcla emociones. Están los buenos deseos para el que comienza, una suerte de "ahora sí", o más aún: "este año sí que sí". Un deseo carnavalesco de desquite, como si en una noche nos deshacemos de todo lo que cargamos en el año ido; o nos celebramos por todo lo que no vamos a celebrar en el año que viene. Una euforia estructural de la que hay que ser muy raro para quedarse afuera (yo tengo un largo prontuario de rarezas añonueveras).

A propósito de extrañeza para celebrar. Caigo en cuenta que hace varios años que mi cambio de año no coincide con el calendario. Los años le ponen un nombre a mis ciclos, así por ejemplo, el 2003 terminó en abril del 2004 cuando me embarqué a Italia, cerrando ahí el período de Orbi, separación, licencia por depresión, renuncia laboral. El 2004 se extendió hasta junio del 2005 cuando por fin estrenamos el documental "Racconti di una Emigrazione" (un año largo, 14 meses). El 2006 comenzó en febrero cuando nos fuimos de vacaciones con Cabe y Fabio. Y el 2006 terminó el 08 de octubre del 2006. Cuando me subí al avión rumbo a Madrid, para embarcarme a Dakar. La sensación de hablar del "año pasado hice tal cosa", "el año pasado fui a tal parte" cuando estaba en noviembre. Pero mis ciclos son así. No siempre coinciden con calendarios ni agendas. No es casual si nací un mes después de cuando debí haber nacido. "Pero esa, pequeño Adams, es otra historia".

Feliz Año nuevo y ojalá que este año, este año sí que sí.