25 diciembre 2006

La Navidad no es igual para todos.







No sé cómo celebran la Navidad en Senegal, ni en Mali. Probablemente en Mauritania ni la nombran, es una república islámica. Sé que en Senegal es feriado, son feriados las fiestas musulmanas y las católicas, lo cual no está mal. No creo que se hagan regalos ni cenas especiales, las pocas familias cristianas lo harán, en las misiones religiosas de seguro y los europeos que trabajan allá.

En Madrid sí celebran. Las calles están llenas de luces de colores, en el palacio de las comunicaciones, también iluminado, hay unas enormes bolas donde se proyectan imágenes de la ciudad y de los pesebres que aquí les llaman Belenes. Hay belenes de todos tipos y tamaños. En San Lorenzo del Escorial, donde está el monasterio real, tienen un belén que ocupa como tres plazas, con figuras de tamaño natural: romanos, judíos, orfebres, panaderos, patitos y hasta un elefante pueblan la miniciudad de papel maché que, para mi gusto, no es de tan buen gusto. La gente se congrega y pasea a través de las figuras sin importar el frío ni los restos de nieve que todavía quedan como pequeños manchones.

El centro de Madrid rebosaba de gente la semana anterior, tienen la curiosa costumbre de usar pelucas por estos días, por las calles se ven melenas naranjas, violeta y unas brillantes como de guirlandas. Puede que sirvan también para protegerse del frío.

En Madrid pareciera que todo funciona perfecto, al menos para mí que vengo de las antípodas. Los buses son limpios y se detienen en los paraderos establecidos, la gente introduce un boleto y pasa. Marca la siguiente parada y el conductor se detiene en el paradero establecido. El metro llega a todas partes, hay mil combinaciones y funciona hasta tarde.

Pero no todo es perfecto en Madrid. Air Madrid no fue nada de perfecto. Hace unos días colapsó definitivamente y le quitaron la licencia para volar, dejando a cientos de personas en tierra, es un problema nacional que aparece todos los días en los medios. Hay personas que están "viviendo" en Barajas desde hace unas semanas, igual que en la película de Tom Haks "Terminal", una demostración más que la realidad imita al Arte. Así los que tenemos un ticket con Air Madrid lo tendremos que dejar de recuerdo de un viaje que no realizamos.

¡¡¡Feliz Navidad!!!

18 diciembre 2006

Siempre puede ser peor.





"Decisiones, todo cuesta
vengan y hagan sus apuestas
Ave María"

Rubén Blades


03 de noviembre de 2006. Kidira, Frontera de Senegal con Mali.

Si esto fuera una novela comenzaría: “Me encontraba en el peor lugar del mundo, a la hora menos indicada, en las peores condiciones”. Una gare routiere en un puesto de frontera, un montón de autos dispuestos de manera azarosa, unas construcciones de palo que apenas distinguía su estructura. Eran las ocho de la noche, oscuro, unas pocas ampolletas apenas insinuaban algunas siluetas. Frente mí, un negro grande me señala en un rudo inglés que si quería viajar a Kayes a esa hora tenía que contratar un vehículo entero para mí, pagando los 7 puestos, en total $25000; si no, me podía quedar ahí hasta mañana, al lado de lo que parece una garita, comprar de inmediato mi lugar para salir en el primer auto que partiera al día siguiente. Como un acto de gentileza me ofrece guardar la mochila en la cajuela del auto. “¿Algún hostal dónde pasar la noche?” “No hay hostales, en este pueblo”. Miré hacia una calle mal iluminada con algunos puestos de comida y no se veía más. La otra alternativa era volver sobre mis pasos y cruzar de vuelta hacia Senegal, buscando un lugar donde dormir.

¿Cómo llegué hasta ese punto?

03 de noviembre de 2006. 09:00 am. Kaolak.

Me embarco en un setplace rumbo a Tambacounda, a unos 250 kms. Calculo unas cuatro horas. El camino es endemoniado, hay más hoyos que cemento. Llego a las tres de la tarde. Calculo que me quedan como cuatro horas de luz. Voy a la Terminal desde donde salen los minibases a Kidirá que está a 150kms, en la frontera con Mali. O me quedo en Tambacounda o hago el esfuerzo por llegar a Kayes, en el lado Maliense. Pregunto hasta qué hora está abierta la frontera. “Siempre está abierta”. Decido continuar. Decido mal.
Llego a Kidira a las ocho de la noche. 150 kms. en cinco horas. Decido seguir intentando llegar a Kayes. Un taxi me ofrece llevarme hasta el control policial. Mientras lo espero, un vendedor me explica que a esta hora no voy a llegar a Kayes, que no hay transporte, que debo esperar hasta el día siguiente. Me ofrece pasar la noche en su casa. El taxi me lleva al cuartel policial de frontera y después cruza el puente que hace de límite. No son más de 600 metros. Llego a la Gare Routiere. Trato de hablar con unos tipos tirados en el piso apoyados en unos autos. Ninguno habla inglés, llaman al negro grande.

Así es como llegué a esa encrucijada.
Me tomo mi tiempo para decidir. El lugar no invita a quedarse. Vuelvo a Kidirá. Un taxi me lleva directo al único hotel de la ciudad (si es que alcanza para decirle ciudad). La habitación cuesta $18000 la noche, con aire acondicionado. Es mucho. Vuelvo donde el vendedor que me ofreció su casa. Subo con él a un departamento ubicado justo detrás de su puesto. Me indica un camastro que está en lo que llamaríamos el living. Hay otras personas que entran y salen. Le pregunto cuánto cuesta. “Nada, es una invitación”. Me acuerdo del testimonio del alemancito que conocí en Saint Louis sobre pasar la noche “invitado” en un puesto de frontera. Le agradezco, me como mi orgullo y vuelvo al hotel que tiene un gran cartel “Haga su convención o reunión de trabajo aquí”. Parece que soy el único pasajero. Un dependiente con cara de aburrido me indica la habitación. No se ve mal, está fresca. Voy al baño y no hay agua. Pienso en ir a alegar al dependiente y me doy cuenta que están dispuestas unas palanganas con agua. Comprendo, no es un problema, es así. El baño está lleno de zancudos. Cierro la puerta del baño. Me caliento agua, me tomo una sopa con lo que me queda de un pan dulce. Escribo un poco, pienso: “los tiempos en África son distintos, no debo pensar que me voy a demorar lo mismo que si estuviera en Chile”. Me duermo. Aún existe un sitio peor. Pero todavía no lo he visto.

04 de noviembre de 2006. 06:00 am. Kidira.

Me levanto, pago y me voy. Cruzo a pie la frontera, no quiero pagar taxi. Llego a la Gare Routiere. Le pregunto a unos negros por el puesto de frontera Maliense. “Está lejos, tienes que pagar el auto que te lleve a Kayes en el camino pasa por el puesto”. Desconfío.
Un mini bus, que es un camión con una jaula de lata, está esperando gente para partir. Le pregunto al que vende los boletos dónde está el puesto de frontera. Amable me indica dónde es, eso sí, después que compre el boleto para su mini bus. El cuartel de frontera no queda a más de 200 mts.
Contra todo pronóstico, los policías me atienden muy bien. Incluso el funcionario pide excusas por no haberme ofrecido asiento mientras atendía a otra persona.

El mini bus demora 4 horas en 50 kms.
En Kayes espero hasta las 14:00 hrs para tomar el bus que me lleve a Bamako, un trayecto de 400 kms. “unas 8 hrs” calculo, llego al atardecer. Error, son casi doce en un bus que tiene 5 asientos por fila –tres de un lado, el pasillo y otros dos-, el asiento no se reclina. Una parte del viaje es por camino de tierra.
Llegamos a la 1:30 de la madrugada. Apenas me bajo, una horda de taxistas se me viene encima. Me preocupo primero de mi mochila. ¿Adonde voy? Me habían recomendado la misión católica, un taxi me lleva allá. Error. Está cerrada, sólo reciben gente hasta las 10 de la noche. El taxista no habla inglés. Se acerca otro sujeto que me ofrece la casa de su hermano para quedarme, está cerca, es de confianza (de él, no mía) y barata.
Finalmente el taxista me lleva hasta la estación de trenes, ahí hay tipo que habla inglés y un hotel. Es la alternativa. Me muestran la pieza, el lugar era tan sórdido creo que hasta el mismísimo Bukowsky se hubiera espantado, los baños comunes, ni hablar. Me encierro, me siento en la cama, miro el lugar y respiro hondo. No hay mosquitero. Me envuelvo en la tela turbante que compré en Mauritania. Es suficientemente larga como para cubrirme como momia. Los codos quedan fuera. Me duermo. Los mosquitos me pican los codos.

05 de noviembre. Bamako

Antes de las 07:00 am. Siento golpes en la puerta. “Debe ser al lado”. Siguen los golpes. “Mesié, mesié”. No entiendo nada. “¿Quien mierda golpea?” Por mi mente pasan mil hipótesis, todas terribles “la pesadilla no termina”. Sobándome los codos abro, un dependiente del hotel me dice que me están esperando para ir a tomar el bus para Ségou, como yo pedí. Le explico que no pedí nada, que hablé de ir a Ségou pero más tarde. “Pardon, pardon”. Ya no me quedan ganas de volver a dormir. Salgo a caminar un poco por Bamako. Tomo desayuno con unos canadienses.
A mediodía tomo el bus a Ségou. Prefiero no calcular las horas.

13 diciembre 2006

Un trozo de continente







05 de diciembre de 2006. 07:30 am. Aeropuerto Yoff, Dakar, Senegal.

Hay mañanas que no puedo disfrazar lo que siento con una mueca o una ironía. La pena no se deja vestir con traje de payaso. Hoy es una de esas mañanas.

Cuando debí decidir las fechas de llegada y partida de África tenía temor que casi dos meses fueran demasiados. No sospechaba la de kilómetros y rostros que vería. Cuando caminé las primeras calles de Dakar, creí que no resistiría 56 días. Hoy no son suficientes, quizás sea la ambición de ver más y sentir más, quizá las amistades que encontré, quizá los paisajes y sus gentes, más bien, las gentes y sus entornos. Quizá el desafío diario se volvió adictivo, incluso la rabia y la impaciencia se hicieron parte de lo cotidiano y menos molestas.

He visto y oído un trozo de continente, su música, el aire con polvo y humo, el olor de las comidas y condimentos en las calles, los ojos de los niños que piden migajas en forma de moneda o lápiz pare el colegio y de los que simplemente querían conversar en un precario italiano o inglés o un sorprendente español. He dicho y repetido mi nombre infinidad de veces, en cada esquina, en cada aldea, en cada embarcación, a cada uno que me lo preguntaba, como saludo, como forma de decir “existes para mí”
He vivido largas e inciertas esperas y he tenido que aprender por la fuerza a no esperar que mis tiempos y programas se cumplan, a aceptar una versión africana de “el hombre propone… y el azar, el conductor del minibús o los gendarmes en el camino o una falla técnica del motor o “qué mierda está pasando”, dispone”.
He oído los sonidos del mercado, cientos de motores, plegarias islámicas a las cinco de la mañana o en interminables horas en un bus, música saliendo de “toca casetes”, reyes y señores del espacio sonoro, o la fortuna de sentir la música en las manos de sus artistas siempre deslumbrantes.

He visto a las mujeres portando agua y comida sobre sus cabezas, moliendo el grano, cosechando el maní o el arroz con sus hijos en la espalda; a esos niños con los ojitos pegados a la tela, semitorcidos, semi perdidos. Las mujeres y sus trajes de colores, sus velos, su mirada amenazante ante la cámara y risueña al verse en pantalla. A los hombres en las aldeas descansando, juntando fuerzas para una cacería ya olvidada (como los felinos domésticos convertidos en “gatos de chalet”) o preparándose para defender a su gente de enemigos infinitamente más poderosos y sutiles que no alcanzan a ver. A los hombres en las ciudades ofreciendo mil productos o persiguiéndome para hacer de guías, o descansando a la sombra, juntando fuerzas para hacerle más hijos a sus mujeres y demostrar el amor que le tienen a sus cuatro esposas.
Caminé entre casas de barro y techo de paja, tiendas de nómades, chozas, mezquitas, negocios, callejuelas polvorientas en que el agua corre inmunda por el medio, donde juegan los niños con mocos, vestidos con poleras de fútbol asociado. Ciudades llenas de plástico, botellas vacías, bolsas ondeando como banderas, envases, caca y olores a pudridumbre. Caminé entre pescados en la playa y carne colgando en los puestos, cortada a machete en el suelo, demasiado cerca de la basura, demasiado visitadas por moscas.
He sido testigo y sufrido el abuso y la resignación cotidiana, el timo y el truco, el pago desmesurado y el regateo, la mala atención y caras de aburrido en la mayoría de los restoranes y locales comerciales, en contraste con la avidez de los ambulantes y “caza turistas” y la amistosa acogida de los pequeños boliches atendidos por su propio dueño o su hijo.
He tocado objetos, máscaras, tallados, telas y tejidos, imágenes, piezas y adornos de metal, ropas que van desde el más refinado Bubú Mauritano o el traje fino de las “big mamas” hasta las chalas chinas más picantes y chillonas, combinadas con poleras de Ronaldinho o Toti. Me han tratado de vender cientos de productos en los mercados: relojes chinos, anteojos y “montañas de baratijas (truhanes, ¡devolvedme mi oro!).
He conocido un poco de las gentes de este continente: los tuareg con sus ojos incisivos tras el turbante, su acoso de camellos y bisutería. Muchas etnias: wolof, diolas, dogones, fulas, bambaras y tantas más. Los he oído hablar en Hasaaní y todas sus lenguas sin entender; he aprendido a balbucear un saludo, una frase divertida, un agradecimiento o una pelotudez.

Me ha seducido la sensualidad de las mujeres jóvenes, sea con velos o tenidas occidentales, con sus peinados labrados trenza por trenza, verdaderas obras de artesanía y estilo. Nada de “medio pelo”.
Fui testigo del Ramadán, un mes de largas horas secas y de hambre en el día y de puesta de sol abundante y reponedora.
Escuché tantas veces a los niños llamándome “tubab, tubab”, sabiendo que era imposible “pasar piola”, que hiciera lo que hiciera siempre habría alguien que se fijara, que mirara. ¡Qué aguante para mi adolescente y aún no superado “auditorio propio”!.
Conocí la enorme desigualdad. Descubrí que no todos los negros son pobres y tienen hambre, que los 4x4 también son manejados por Wolof, Tuareg o libaneses residentes. Me contaron el anhelo e idealización de Europa y América, la decisión de embarcarse, la frustración de no llegar siquiera al puerto de salida y la vuelta a casa como despertando de un sueño, con menos dinero y esperanza que al partir.
Me encontré con un mundo de europeos que trabajan en la cooperación internacional y las ONGs, un tentador estilo de vida para el que busca arraigarse en otra parte, unirse a otra tierra.
Descubrí que África es posible de conocer y caminar por ella, que la fantasía infantil del safari puede ser realidad, aunque sólo vi burros, camellos, cabras y lagartijas de diversos tamaños.
Recibí regalos y sorpresas cotidianas, muchas imágenes, muchas sensaciones, muchas emociones, muchos pensamientos. No me lo cuentan, porque lo he vivido; no sé si pueda contarlo, porque es demasiado. Ha sido más que kilómetros recorridos, “anécdotas sabrosas” e “historias macanudas”.
Me vuelvo, África sigue aquí. Termino mi primer viaje al continente. Declaro que volveré a caminarlo, olerlo, vivirlo. “El que sea valiente que se una a la aventura”.

Nota del editor: en los próximos días habrán entregas de momentos que por razones de conectividad no aparecieron en su momento.
Gracias por los comentarios y mensajes.

07 diciembre 2006

Compañeros de ruta







Cada día de este viaje es una aventura.

Cada aventura necesita de algún compañero de travesuras, un socio, un cómplice, un paño de lágrimas, un traductor, alguien con quién compartir los gastos, unos ojos para mirar y pedir paciencia cuando estoy sobrepasado por lo insólito, para quejarnos juntos; una persona con quién sentir que no soy el único extraño en medio de los lugareños, que le dé sentido al lugar y a los pasos que damos en ese momento.
Algún ser humano con quién hablar en voz alta y detener por un rato los monológos internos.

De a poco nos hemos ido encontrando, la más de las veces improvisadamente, coincidiendo en un albergue o una gare routiere. Con Afke, Rokus y Michiel fue "amor a primera vista", nos encontramos tomando un setplace, compartimos el desierto, las doce horas sentados sobre el hierro en el tren más largo del mundo, la desesperación por encontrar un miserable lugar donde tomar desayuno en Nouadhibou -terminamos tomando café en un restorán chino-, no nos separamos hasta que ellos se tuvieron que volver a Holanda.

La extraña pareja de Eslovenos, Jana y Peter, que al verlos pensé que eran hermanos, ella la mayor. Resultaron ser novios. A los pocos días me percaté que ella lo trataba de un modo más bien maternal que sensual, los misterios del amor. Caminamos el país Dogón en Mali, uno de los lugares más asombrosos que he visto, una etnia que conserva su cultura ancestral en medio de un paisaje sobrecogedor, imponente.

A Alina, psiquiatra canadiense-rumana, la conocí al inicio del viaje, en Saint Louis, hablamos no más de 15 minutos. El universo hizo que nos volviéramos a encontrar en Timbuktu un mes más tarde, después de haber seguido itinerarios muy diferentes. Compartimos en esa puerta del desierto, lugar mágico y misterioso; un día y medio en que nos acompañamos, nos contamos la vida y conversamos como si vinieramos saliendo de celdas de aislamiento.

Personajes realmente extraordinarios como Larry, un irlandés de 73 años que viajaba solo, no hablaba francés ni le preocupaba aprenderlo, era medio sordo y, según varios que lo conocimos, se le iba la onda. En uno de los atestados mercados locales le preguntaron si estaba perdido, a lo que respondió "estoy perdido hace un mes y lo estaré los próximos dos hasta que vuelva a mi casa en Dublín".
Con su flema británica me explicó las razones de su viaje actual por tres meses y los que tiene ya programados para el 2007: la primera, le gusta el trekking y no sabe cuánto más van a resistir sus rodillas y su cadera; la segunda, está viejo y quiere recorrer todo lo posible antes que lo venga a buscar la parca; la tercera, quiere recorrer el mundo antes que George Bush y Tony Blair se hayan adueñado de todo y destruyan el planeta.

Gerard, un joven francés que va a trabajar como voluntario en un pequeño pueblo en el norte de Senegal, uno de los lugares más calurosos del Africa Occidental. Cuando salimos en la noche de Saint Louis vestía pantalón oscuro a rayas, camisa y unos zapatos de cuero cerrados y lustrados. Ante mi sorpresa por su atuendo me contó que dado que iba a vivir en un lugar que casi arde en el día, usaba ropa cerrada para ir acostumbrándose al calor. Vaya entrenamiento!

Gino, el italiano explosivo que vive en Paris. En Timbuktu casi se agarra con unos Malienses por un enredo de viajes y platas. No podía soportar el abuso de los locales y lo expresaba con vehemencia. Me dejó invitado para cuando vaya a Paris.

La lista es larga, personas con las que compartí el desayuno, un tramo en bus, un almuerzo, la espera del transbordador, el mismo albergue, una cena; o estuvimos juntos y no compartimos nada.

Esta aventura no lo hubiera hecho si no existiese la cooperación internacional italiana en Africa. Con Cinzia nos conocimos en Salerno, en el curso que hice allá el 2004, ahí nos amigamos. Ella trabaja para una ONG en una pequeña y no muy atractiva ciudad del centro de Senegal, mi compromiso de viajar a visitarla fue el motor de mi decisión y la razón de estar acá. La oficina en Dakar y su casa en Kaffrine han sido la base de operaciones desde donde he salido a explorar, su sonrisa y encanto, un regalo; su dificultad para lidiar con el lado práctico de la realidad, un dolor de cabeza que nos esforzamos por superar cariñosamente. Sus amigos cooperantes italianos, Giulia y su marido Andrea, Cinzia (otra), Giuliana, Valeria y el pequeño Zenobi son amigos nuevos que me han acogido con una generosidad y apertura que me ha cautivado. Celebramos y disfrutamos como los italianos lo saben hacer, harta comida, bebida y mucha risa. Me lleno de admiración por su trabajo, el modo y lugar donde viven -y lo tentador que es como opción laboral y de vida. Su cariño y alegría me está haciendo difícil dejar este continente.

Junto a todos estos compañeros de ruta he ido construyendo mi viaje y les tengo mucho que agradecer.

06 diciembre 2006

Rostros e historias






Me he encontrado, visto y sentido con muchas personas, he conocido las historias de algunos de ellos. Otros han sido sólo rostros a los que yo les invento un pasado o un presente. Algunos tendrán muy poco futuro.

Personas de razas y lenguas que no sabía ni que existían: Wolof, Diolas, Fulas, Peuls, Mandinkas, Dogones, Bambaras, Solinke y Malinké; Bozo, Tuareg, Moros y Berber. Religiones diversas, la mayoría musulmanes, también animistas que creen en la permanencia de sus antepasados y erigen fetiches de barro para cuidar sus aldeas y familias. Una minoría católica y protestante, ligada a las misiones y a la presencia occidental. No sé si alcance a ser una religión, pero hay harto rastafari.

Miradas y gestos que esconden un mundo, muchos mundos.

03 diciembre 2006

El Verde Intenso de la Casamance





Zighinchor es la ciudad principal de la zona de la Casamance, el lugar màs exhuberante del Senegal.
Apenas salimos del aeropuerto sentimos un ambiente distinto, el taxista era un rasta que escuchaba reggae y su compagnero nos ofrecia artesanias, todo muy pacifico y relajado. Ese es el estado de ànimo que prevalece en la Casamance, relajo, acogida, paz, reggae y otras yerbas.

Disfrutamos de dos dias de playa, con palmeras arena clara y agua casi tibia, Cap Skirring es un pequegno paraiso para turistas europeos que vienen acà encontrando lo mismo que en el Caribe, incluso hay un Club Med al que le llaman "la càrcel de turistas".

En Oussouye, un pueblito tranquilo que aparentemente no ofrece mucho, a nosotros nos regalo una excursion en bicilcleta y kayak por unas aldeas y unos brazos del rio Cassamance, en esta expedicion pude ver el unico animal exotico de estos dos meses, un reptil de unos 80 cms de largo, que tambien se movia relajado.

La isla de Carabanne es otro pequegno paraiso, pero este es mas natural y conviven turistas con ciudadanos locales que viven en sus casas de paja y comen peces y arroz. A nosostros nos invitaron a comer un par de jovenes que venden artesanias, siempre al ritmo del reggae y la brisa del mar.