07 diciembre 2006

Compañeros de ruta







Cada día de este viaje es una aventura.

Cada aventura necesita de algún compañero de travesuras, un socio, un cómplice, un paño de lágrimas, un traductor, alguien con quién compartir los gastos, unos ojos para mirar y pedir paciencia cuando estoy sobrepasado por lo insólito, para quejarnos juntos; una persona con quién sentir que no soy el único extraño en medio de los lugareños, que le dé sentido al lugar y a los pasos que damos en ese momento.
Algún ser humano con quién hablar en voz alta y detener por un rato los monológos internos.

De a poco nos hemos ido encontrando, la más de las veces improvisadamente, coincidiendo en un albergue o una gare routiere. Con Afke, Rokus y Michiel fue "amor a primera vista", nos encontramos tomando un setplace, compartimos el desierto, las doce horas sentados sobre el hierro en el tren más largo del mundo, la desesperación por encontrar un miserable lugar donde tomar desayuno en Nouadhibou -terminamos tomando café en un restorán chino-, no nos separamos hasta que ellos se tuvieron que volver a Holanda.

La extraña pareja de Eslovenos, Jana y Peter, que al verlos pensé que eran hermanos, ella la mayor. Resultaron ser novios. A los pocos días me percaté que ella lo trataba de un modo más bien maternal que sensual, los misterios del amor. Caminamos el país Dogón en Mali, uno de los lugares más asombrosos que he visto, una etnia que conserva su cultura ancestral en medio de un paisaje sobrecogedor, imponente.

A Alina, psiquiatra canadiense-rumana, la conocí al inicio del viaje, en Saint Louis, hablamos no más de 15 minutos. El universo hizo que nos volviéramos a encontrar en Timbuktu un mes más tarde, después de haber seguido itinerarios muy diferentes. Compartimos en esa puerta del desierto, lugar mágico y misterioso; un día y medio en que nos acompañamos, nos contamos la vida y conversamos como si vinieramos saliendo de celdas de aislamiento.

Personajes realmente extraordinarios como Larry, un irlandés de 73 años que viajaba solo, no hablaba francés ni le preocupaba aprenderlo, era medio sordo y, según varios que lo conocimos, se le iba la onda. En uno de los atestados mercados locales le preguntaron si estaba perdido, a lo que respondió "estoy perdido hace un mes y lo estaré los próximos dos hasta que vuelva a mi casa en Dublín".
Con su flema británica me explicó las razones de su viaje actual por tres meses y los que tiene ya programados para el 2007: la primera, le gusta el trekking y no sabe cuánto más van a resistir sus rodillas y su cadera; la segunda, está viejo y quiere recorrer todo lo posible antes que lo venga a buscar la parca; la tercera, quiere recorrer el mundo antes que George Bush y Tony Blair se hayan adueñado de todo y destruyan el planeta.

Gerard, un joven francés que va a trabajar como voluntario en un pequeño pueblo en el norte de Senegal, uno de los lugares más calurosos del Africa Occidental. Cuando salimos en la noche de Saint Louis vestía pantalón oscuro a rayas, camisa y unos zapatos de cuero cerrados y lustrados. Ante mi sorpresa por su atuendo me contó que dado que iba a vivir en un lugar que casi arde en el día, usaba ropa cerrada para ir acostumbrándose al calor. Vaya entrenamiento!

Gino, el italiano explosivo que vive en Paris. En Timbuktu casi se agarra con unos Malienses por un enredo de viajes y platas. No podía soportar el abuso de los locales y lo expresaba con vehemencia. Me dejó invitado para cuando vaya a Paris.

La lista es larga, personas con las que compartí el desayuno, un tramo en bus, un almuerzo, la espera del transbordador, el mismo albergue, una cena; o estuvimos juntos y no compartimos nada.

Esta aventura no lo hubiera hecho si no existiese la cooperación internacional italiana en Africa. Con Cinzia nos conocimos en Salerno, en el curso que hice allá el 2004, ahí nos amigamos. Ella trabaja para una ONG en una pequeña y no muy atractiva ciudad del centro de Senegal, mi compromiso de viajar a visitarla fue el motor de mi decisión y la razón de estar acá. La oficina en Dakar y su casa en Kaffrine han sido la base de operaciones desde donde he salido a explorar, su sonrisa y encanto, un regalo; su dificultad para lidiar con el lado práctico de la realidad, un dolor de cabeza que nos esforzamos por superar cariñosamente. Sus amigos cooperantes italianos, Giulia y su marido Andrea, Cinzia (otra), Giuliana, Valeria y el pequeño Zenobi son amigos nuevos que me han acogido con una generosidad y apertura que me ha cautivado. Celebramos y disfrutamos como los italianos lo saben hacer, harta comida, bebida y mucha risa. Me lleno de admiración por su trabajo, el modo y lugar donde viven -y lo tentador que es como opción laboral y de vida. Su cariño y alegría me está haciendo difícil dejar este continente.

Junto a todos estos compañeros de ruta he ido construyendo mi viaje y les tengo mucho que agradecer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustaron tus palabras, un saludo.


"No sé cómo llegué aquí" Queenyer