13 diciembre 2006

Un trozo de continente







05 de diciembre de 2006. 07:30 am. Aeropuerto Yoff, Dakar, Senegal.

Hay mañanas que no puedo disfrazar lo que siento con una mueca o una ironía. La pena no se deja vestir con traje de payaso. Hoy es una de esas mañanas.

Cuando debí decidir las fechas de llegada y partida de África tenía temor que casi dos meses fueran demasiados. No sospechaba la de kilómetros y rostros que vería. Cuando caminé las primeras calles de Dakar, creí que no resistiría 56 días. Hoy no son suficientes, quizás sea la ambición de ver más y sentir más, quizá las amistades que encontré, quizá los paisajes y sus gentes, más bien, las gentes y sus entornos. Quizá el desafío diario se volvió adictivo, incluso la rabia y la impaciencia se hicieron parte de lo cotidiano y menos molestas.

He visto y oído un trozo de continente, su música, el aire con polvo y humo, el olor de las comidas y condimentos en las calles, los ojos de los niños que piden migajas en forma de moneda o lápiz pare el colegio y de los que simplemente querían conversar en un precario italiano o inglés o un sorprendente español. He dicho y repetido mi nombre infinidad de veces, en cada esquina, en cada aldea, en cada embarcación, a cada uno que me lo preguntaba, como saludo, como forma de decir “existes para mí”
He vivido largas e inciertas esperas y he tenido que aprender por la fuerza a no esperar que mis tiempos y programas se cumplan, a aceptar una versión africana de “el hombre propone… y el azar, el conductor del minibús o los gendarmes en el camino o una falla técnica del motor o “qué mierda está pasando”, dispone”.
He oído los sonidos del mercado, cientos de motores, plegarias islámicas a las cinco de la mañana o en interminables horas en un bus, música saliendo de “toca casetes”, reyes y señores del espacio sonoro, o la fortuna de sentir la música en las manos de sus artistas siempre deslumbrantes.

He visto a las mujeres portando agua y comida sobre sus cabezas, moliendo el grano, cosechando el maní o el arroz con sus hijos en la espalda; a esos niños con los ojitos pegados a la tela, semitorcidos, semi perdidos. Las mujeres y sus trajes de colores, sus velos, su mirada amenazante ante la cámara y risueña al verse en pantalla. A los hombres en las aldeas descansando, juntando fuerzas para una cacería ya olvidada (como los felinos domésticos convertidos en “gatos de chalet”) o preparándose para defender a su gente de enemigos infinitamente más poderosos y sutiles que no alcanzan a ver. A los hombres en las ciudades ofreciendo mil productos o persiguiéndome para hacer de guías, o descansando a la sombra, juntando fuerzas para hacerle más hijos a sus mujeres y demostrar el amor que le tienen a sus cuatro esposas.
Caminé entre casas de barro y techo de paja, tiendas de nómades, chozas, mezquitas, negocios, callejuelas polvorientas en que el agua corre inmunda por el medio, donde juegan los niños con mocos, vestidos con poleras de fútbol asociado. Ciudades llenas de plástico, botellas vacías, bolsas ondeando como banderas, envases, caca y olores a pudridumbre. Caminé entre pescados en la playa y carne colgando en los puestos, cortada a machete en el suelo, demasiado cerca de la basura, demasiado visitadas por moscas.
He sido testigo y sufrido el abuso y la resignación cotidiana, el timo y el truco, el pago desmesurado y el regateo, la mala atención y caras de aburrido en la mayoría de los restoranes y locales comerciales, en contraste con la avidez de los ambulantes y “caza turistas” y la amistosa acogida de los pequeños boliches atendidos por su propio dueño o su hijo.
He tocado objetos, máscaras, tallados, telas y tejidos, imágenes, piezas y adornos de metal, ropas que van desde el más refinado Bubú Mauritano o el traje fino de las “big mamas” hasta las chalas chinas más picantes y chillonas, combinadas con poleras de Ronaldinho o Toti. Me han tratado de vender cientos de productos en los mercados: relojes chinos, anteojos y “montañas de baratijas (truhanes, ¡devolvedme mi oro!).
He conocido un poco de las gentes de este continente: los tuareg con sus ojos incisivos tras el turbante, su acoso de camellos y bisutería. Muchas etnias: wolof, diolas, dogones, fulas, bambaras y tantas más. Los he oído hablar en Hasaaní y todas sus lenguas sin entender; he aprendido a balbucear un saludo, una frase divertida, un agradecimiento o una pelotudez.

Me ha seducido la sensualidad de las mujeres jóvenes, sea con velos o tenidas occidentales, con sus peinados labrados trenza por trenza, verdaderas obras de artesanía y estilo. Nada de “medio pelo”.
Fui testigo del Ramadán, un mes de largas horas secas y de hambre en el día y de puesta de sol abundante y reponedora.
Escuché tantas veces a los niños llamándome “tubab, tubab”, sabiendo que era imposible “pasar piola”, que hiciera lo que hiciera siempre habría alguien que se fijara, que mirara. ¡Qué aguante para mi adolescente y aún no superado “auditorio propio”!.
Conocí la enorme desigualdad. Descubrí que no todos los negros son pobres y tienen hambre, que los 4x4 también son manejados por Wolof, Tuareg o libaneses residentes. Me contaron el anhelo e idealización de Europa y América, la decisión de embarcarse, la frustración de no llegar siquiera al puerto de salida y la vuelta a casa como despertando de un sueño, con menos dinero y esperanza que al partir.
Me encontré con un mundo de europeos que trabajan en la cooperación internacional y las ONGs, un tentador estilo de vida para el que busca arraigarse en otra parte, unirse a otra tierra.
Descubrí que África es posible de conocer y caminar por ella, que la fantasía infantil del safari puede ser realidad, aunque sólo vi burros, camellos, cabras y lagartijas de diversos tamaños.
Recibí regalos y sorpresas cotidianas, muchas imágenes, muchas sensaciones, muchas emociones, muchos pensamientos. No me lo cuentan, porque lo he vivido; no sé si pueda contarlo, porque es demasiado. Ha sido más que kilómetros recorridos, “anécdotas sabrosas” e “historias macanudas”.
Me vuelvo, África sigue aquí. Termino mi primer viaje al continente. Declaro que volveré a caminarlo, olerlo, vivirlo. “El que sea valiente que se una a la aventura”.

Nota del editor: en los próximos días habrán entregas de momentos que por razones de conectividad no aparecieron en su momento.
Gracias por los comentarios y mensajes.

3 comentarios:

Yoye dijo...

...lindo amigo...com es la vida

yoye

Silvana dijo...

La Maritza Fuentes me pidio que te dijera que se habia emocionado mucho, al igual que yo que tengo los ojos vidrioso y un nudo en la garaganta.

Grcaias te doy por darme la opción de volver a lo que ame tanto cuando era niña.

Nacho dijo...

Fijate que no he estado en África y has conseguido encogerme la patata con estas palabras. Precioso. He viajado brevemente a un lugar al que ojalá logre viajar algún día no muy lejano...

Suena intenso. Aprovechando que te encontré, te linko en mi blog.
Nacho.