18 diciembre 2006

Siempre puede ser peor.





"Decisiones, todo cuesta
vengan y hagan sus apuestas
Ave María"

Rubén Blades


03 de noviembre de 2006. Kidira, Frontera de Senegal con Mali.

Si esto fuera una novela comenzaría: “Me encontraba en el peor lugar del mundo, a la hora menos indicada, en las peores condiciones”. Una gare routiere en un puesto de frontera, un montón de autos dispuestos de manera azarosa, unas construcciones de palo que apenas distinguía su estructura. Eran las ocho de la noche, oscuro, unas pocas ampolletas apenas insinuaban algunas siluetas. Frente mí, un negro grande me señala en un rudo inglés que si quería viajar a Kayes a esa hora tenía que contratar un vehículo entero para mí, pagando los 7 puestos, en total $25000; si no, me podía quedar ahí hasta mañana, al lado de lo que parece una garita, comprar de inmediato mi lugar para salir en el primer auto que partiera al día siguiente. Como un acto de gentileza me ofrece guardar la mochila en la cajuela del auto. “¿Algún hostal dónde pasar la noche?” “No hay hostales, en este pueblo”. Miré hacia una calle mal iluminada con algunos puestos de comida y no se veía más. La otra alternativa era volver sobre mis pasos y cruzar de vuelta hacia Senegal, buscando un lugar donde dormir.

¿Cómo llegué hasta ese punto?

03 de noviembre de 2006. 09:00 am. Kaolak.

Me embarco en un setplace rumbo a Tambacounda, a unos 250 kms. Calculo unas cuatro horas. El camino es endemoniado, hay más hoyos que cemento. Llego a las tres de la tarde. Calculo que me quedan como cuatro horas de luz. Voy a la Terminal desde donde salen los minibases a Kidirá que está a 150kms, en la frontera con Mali. O me quedo en Tambacounda o hago el esfuerzo por llegar a Kayes, en el lado Maliense. Pregunto hasta qué hora está abierta la frontera. “Siempre está abierta”. Decido continuar. Decido mal.
Llego a Kidira a las ocho de la noche. 150 kms. en cinco horas. Decido seguir intentando llegar a Kayes. Un taxi me ofrece llevarme hasta el control policial. Mientras lo espero, un vendedor me explica que a esta hora no voy a llegar a Kayes, que no hay transporte, que debo esperar hasta el día siguiente. Me ofrece pasar la noche en su casa. El taxi me lleva al cuartel policial de frontera y después cruza el puente que hace de límite. No son más de 600 metros. Llego a la Gare Routiere. Trato de hablar con unos tipos tirados en el piso apoyados en unos autos. Ninguno habla inglés, llaman al negro grande.

Así es como llegué a esa encrucijada.
Me tomo mi tiempo para decidir. El lugar no invita a quedarse. Vuelvo a Kidirá. Un taxi me lleva directo al único hotel de la ciudad (si es que alcanza para decirle ciudad). La habitación cuesta $18000 la noche, con aire acondicionado. Es mucho. Vuelvo donde el vendedor que me ofreció su casa. Subo con él a un departamento ubicado justo detrás de su puesto. Me indica un camastro que está en lo que llamaríamos el living. Hay otras personas que entran y salen. Le pregunto cuánto cuesta. “Nada, es una invitación”. Me acuerdo del testimonio del alemancito que conocí en Saint Louis sobre pasar la noche “invitado” en un puesto de frontera. Le agradezco, me como mi orgullo y vuelvo al hotel que tiene un gran cartel “Haga su convención o reunión de trabajo aquí”. Parece que soy el único pasajero. Un dependiente con cara de aburrido me indica la habitación. No se ve mal, está fresca. Voy al baño y no hay agua. Pienso en ir a alegar al dependiente y me doy cuenta que están dispuestas unas palanganas con agua. Comprendo, no es un problema, es así. El baño está lleno de zancudos. Cierro la puerta del baño. Me caliento agua, me tomo una sopa con lo que me queda de un pan dulce. Escribo un poco, pienso: “los tiempos en África son distintos, no debo pensar que me voy a demorar lo mismo que si estuviera en Chile”. Me duermo. Aún existe un sitio peor. Pero todavía no lo he visto.

04 de noviembre de 2006. 06:00 am. Kidira.

Me levanto, pago y me voy. Cruzo a pie la frontera, no quiero pagar taxi. Llego a la Gare Routiere. Le pregunto a unos negros por el puesto de frontera Maliense. “Está lejos, tienes que pagar el auto que te lleve a Kayes en el camino pasa por el puesto”. Desconfío.
Un mini bus, que es un camión con una jaula de lata, está esperando gente para partir. Le pregunto al que vende los boletos dónde está el puesto de frontera. Amable me indica dónde es, eso sí, después que compre el boleto para su mini bus. El cuartel de frontera no queda a más de 200 mts.
Contra todo pronóstico, los policías me atienden muy bien. Incluso el funcionario pide excusas por no haberme ofrecido asiento mientras atendía a otra persona.

El mini bus demora 4 horas en 50 kms.
En Kayes espero hasta las 14:00 hrs para tomar el bus que me lleve a Bamako, un trayecto de 400 kms. “unas 8 hrs” calculo, llego al atardecer. Error, son casi doce en un bus que tiene 5 asientos por fila –tres de un lado, el pasillo y otros dos-, el asiento no se reclina. Una parte del viaje es por camino de tierra.
Llegamos a la 1:30 de la madrugada. Apenas me bajo, una horda de taxistas se me viene encima. Me preocupo primero de mi mochila. ¿Adonde voy? Me habían recomendado la misión católica, un taxi me lleva allá. Error. Está cerrada, sólo reciben gente hasta las 10 de la noche. El taxista no habla inglés. Se acerca otro sujeto que me ofrece la casa de su hermano para quedarme, está cerca, es de confianza (de él, no mía) y barata.
Finalmente el taxista me lleva hasta la estación de trenes, ahí hay tipo que habla inglés y un hotel. Es la alternativa. Me muestran la pieza, el lugar era tan sórdido creo que hasta el mismísimo Bukowsky se hubiera espantado, los baños comunes, ni hablar. Me encierro, me siento en la cama, miro el lugar y respiro hondo. No hay mosquitero. Me envuelvo en la tela turbante que compré en Mauritania. Es suficientemente larga como para cubrirme como momia. Los codos quedan fuera. Me duermo. Los mosquitos me pican los codos.

05 de noviembre. Bamako

Antes de las 07:00 am. Siento golpes en la puerta. “Debe ser al lado”. Siguen los golpes. “Mesié, mesié”. No entiendo nada. “¿Quien mierda golpea?” Por mi mente pasan mil hipótesis, todas terribles “la pesadilla no termina”. Sobándome los codos abro, un dependiente del hotel me dice que me están esperando para ir a tomar el bus para Ségou, como yo pedí. Le explico que no pedí nada, que hablé de ir a Ségou pero más tarde. “Pardon, pardon”. Ya no me quedan ganas de volver a dormir. Salgo a caminar un poco por Bamako. Tomo desayuno con unos canadienses.
A mediodía tomo el bus a Ségou. Prefiero no calcular las horas.

1 comentario:

Silvana dijo...

Feliz Navidad.

Un abrazo