02 noviembre 2006

Decisiones y aventura.


Tengo tiempo para recorrer Mauritania, quiero quedarme unos días en Atar, la visa me alcanza al menos para una semana màs.
Michiel, Rokus y Afke parten al día siguiente a tomar el tren que los llevará a Nouadibhou y de regreso a Dakar. Debo decidir si me quedo descansando en Atar o sigo la aventura con ellos. No es fácil, mis deseos de calma, de disfrutar tranquilo y solo en un lugar alejado de las ciudades se confrontan con mis ganas de más aventura, pero sobre todo de pertenecer a este hermanable grupo de viajeros.
Ya desde las primeras horas en el taxi brousse nos comenzamos a cagar de la risa con la apretura, las detenciones del chofer a fumar en medio del desierto, la invitación tomar té. En el Auberge las conversas se han ido haciendo más entretenidas y profundas. No puedo evitar acordarme de los curas holandeses del colegio San Juan. Se los cuento. Descubrimos que compartimos el mismo tipo de humor (“el humor diferente de un loco lindo”), irónico, agudo, creativo. Podrían ser las historias exageradas que inventamos con el Cabe esas que se saben donde comienzan, pero no dónde terminan.
Rokus es arquitecto, de grandes orejas que coronan su no tan incipiente calvicie y una sonrisa aún más grande. Habla despacio y le gusta reírse, pocas veces lo he visto serio o enojado. Es en extremo conciliador, “doesn’t matter, for me it’s ok.”
Afke es una rubita de ojos claros y muy piti. Respetuosa de las costumbres locales, siempre que va al pueblo se pone mangas largas y un pañuelo en el pelo. Responde siempre a la pregunta de los niños “Comment tu t’apelle?”, aunque sean diecisiete veces en una cuadra.
Michiel es más serio, alto, obviamente también rubio. Cada vez que hay que negociar lo tiramos a él, no solo porque habla bien el francés, su más de metro noventa es una ayuda en el regateo. No importa la temperatura o el lugar, siempre calza unos zapatos de caña alta cerrados. Cuando cuenta sus juegos y voladas personales le brillan los ojos como a un cabro chico (y por cierto que tiene juegos divertidos y absurdos).

Mañana parte el tren desde Choum. Decido continuar con ellos.

23 de octubre de 2006. Atar.

Ramadhan ha terminado, es la fiesta de lq Korité. Por fin los islámicos podrán beber y comer durante el día, no solo después que se ponga el sol. Son tres días de fiesta donde creo que comen como no lo han hecho en un mes. Para nosotros es un problema, no hay taxi brousse que nos lleve a Choum a tomar el tren. Los tiempos son estrechos y no pueden quedarse un día esperando a que pase la fiesta. En rigor podrían ser tres días de espera. Hamza nos hace la oferta para llevarnos en la camioneta del Auberge, pero supera con creces lo que estamos dispuestos a pagar y, extrañamente en Mauritania, no hay espacio para negociación.

Salimos a buscar a algún conductor que este dispuesto a hacer el viaje. Logramos dar con uno, el precio es alto, pero accesible.

14:00 hrs.
Un 4x4 (cat-cat) de una antigüedad indefinible, en condiciones deplorables nos pasa a buscar. Estamos nerviosos, no sabemos si el vehiculo llegara en el tiempo esperado. Sonrisas nerviosas entre nosotros y un latente “llegará esta huevà?” cruzan la cabina.

El estado de deterioro no es problema para el conductor, la velocidad que alcanza por las huellas del desierto son asombrosa, obviamente que el velocímetro dejo de funcionar hace años, pero calculo unos 70 Km. por hora. El aire caliente entra por la ventana, nos agarramos firme mientras damos tumbos.

Se detiene y sube a un paisano. Se sienta delante, entre el conductor y Micheil.

De pronto frenamos. “¿Problemas con el Servicio?”. El conductor, que apenas habla francés, se baja del vehiculo, se mete debajo y revisa. De la cabina saca la caja de herramientas, se dispone a sacar la rueda delantera izquierda que se ve integra, sin perdida alguna de aire. Arregla el freno. Esta con problemas, lo cambia por un repuesto que tiene debajo del asiento. Nosotros nos sentamos a unos metros de distancia, bajo la sombra de un árbol. Un camello mira con su pasividad habitual. Al acercarme de nuevo veo que ha amarrado algo con un trozo de género. Vuelve a poner la rueda. Seguimos.

En el kilómetro x, junto a una gran piedra, pasando dos arbustos y un árbol cualquiera, nos detenemos y el paisano se baja, se despiden afectuosamente y camina con dirección oeste hacia... no sabemos donde. Para nosotros es bajarse en el medio de nada, no se ve una choza o algo hacia donde dirigirse. Lo miramos atónito alejarse.

Comienza de nuevo la carrera. Todos nos recordamos del Rally Paris Dakar, hay algo acojonante y divertido a la vez en esta travesía, a medida que avanzan los kilómetros, que las latas suenan, que los amortiguadores no amortiguan, que el calor nos golpea, le tomamos el gustito.

Llegamos sin problemas a Choum. El sol casi lateral de la tarde ilumina este villorrio: un conjunto de casas de adobe cuadradas, en torno a un gran espacio común como una plaza de unos 100 metros de largo por 30 de ancho. No se ve un árbol. Decenas de niños corren empujando con un alambre ruedas de bicicletas sin neumático. Las carreras son la atracción de ese atardecer. El lugar es tan precario que inspira ternura.

En una de las casas hay música, muchos niños que palmean y un par de mujeres cubiertas con telas y velos bailan con gracia, uniendo el estilo arábigo con el africano. Se celebra el carati… (fin del Ramadán).

Recorrimos el lugar, nos hacemos amigo delos niños y al rato ya somos la atracción del lugar: Rokus hace malabares con 3 y 4 piedras, yo les enseño algunos juegos sencillos y Afke les conversa en un precario francés, el que habla ella y el de los niños. Micheil cuida las cosas.

Cuando llega la noche los niños se van a sus casas. Nosotros nos acercamos a la línea del tren. Debiera pasar a las 19:00 hrs, no tenemos esperanza que así sea pero preferimos esperar junto a los durmientes.

19:20 hrs. Llega el tren. Nos subimos a la carrera, nos acomodamos como podemos sobre el mineral, el viento y el vaivén nos remecen. Mañana amaneceremos en Noadihbú.


25 de Octubre de 2006. Rosso Mauritania.

Llegamos relativamente temprano a la frontera con Senegal. Estamos viajando desde ayer temprano que salimos de Noadihbú. Debieramos haber sacudido el polvo de nuestras sandalias al irnos. ¡Qué ciudad despreciable! Ni siquiera había lugares dignos para desayunar.

La segunda pasada por Nouakchott me pareció menos funesta que la primera, no había tormenta de arena y sonaban menos bocinazos. Ramadán ya había terminado.

Pasar la frontera acompañado y con algo de francés es bastante más fácil. Igual tratan de sacarnos plata como pueden en frente a los gendarmes, probablemente en concomitancia con los guardias de frontera.

Cruzamos en bote. Rosso Senegal. Igual de acosados, pasamos derecho sin mirar a nadie. Rokus, sin perder su cordialidad, no acepta ninguna propuesta. Yo sencillamente ni les respondo (me he vuelto un “duro”).

Es el tiempo de separarnos, ellos siguen a Dakar, yo voy a esperar un día en Saint Louis para asegurarme que Cinzia esté de vuelta en Senegal. Por si acaso intento llamarla pero no me logro comunicar. Me da tristeza separarme de los “dutchs”. Mientras esperan que yo llame se toman unas bebidas. Cuando vuelvo me ofrecen ir con ellos a la Isla de Gorè, frente a Dakar, a pasar el día siguiente mientras vuelve mi amiga. Acepto ir con ellos. Ya estamos tan yuntas que seria gil no aceptar la propuesta.

La isla me parece mucho más llamativa esta vez que la primera. En la mañana recorro unos viejos edificios que alguna vez estuvieron cubiertos de gloria y lujo y hoy están abandonados. El lugar es asombroso, absolutamente filmable. La memoria de mi cámara está llena, no puedo tomar las fotos que quisiera del lugar.

Tarde en la playa: sol, arena, lectura, brisa, nado en el atlántico. Son las últimas horas que pasamos con Rokus y Afke. Antes de tomar el barco que me lleva de vuelta a Dakar nos tomamos unas cervezas y una tónica. Brindamos por el viaje, por la alegría de habernos conocido, les agradezco su confianza y haberme unido a su grupo. Ellos me agradecen por haber compartido con ellos.

En el embarcadero nos despedimos. Los miro desde la cubierta y de verdad me da pena. Ellos se vuelven al día siguiente a Holanda, yo sigo en mi travesía. Pienso en lo intenso que ha sido la última semana y en el vínculo que creamos en tan poco tiempo. Me siento igual que al terminar un campamento o trabajos de verano, sorprendido y maravillado de la amistad y la historia que creamos desde que nos vimos en el Terminal de Nouakchott hasta ese momento de embarque. Nos saludamos hasta que el barco gira y nos dejamos de ver.

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